miércoles, 8 de diciembre de 2010

Incendio en la Cárcel de San Miguel

Texto y fotos: Carlos Martínez.

 NADA TIENE QUE VER EL DOLOR CON EL DOLOR

Hoy en la mañana la televisión transmitía un incendio como tantas otras veces. Yo sobreestimulado de información, miraba con desdén las llamas lejanas en bocanadas de humo negro. ¿Una película? ¿Un documental más sobre desastres? No entendía y tampoco hacía esfuerzos por entender. Aunque no pasó mucho tiempo para que las formas del edificio se me volvieran cercanas, reconocibles: “Es la cárcel de San Miguel” –balbuceé. Ésa que se confunde con las portentosas murallas de la fábrica Madeco. Ésa que queda a un par de cuadras de la Gran Avenida, ésa donde más de alguna vez grité el nombre de un amigo desde las rejas exteriores. Las rejas que ahora se repletan de gente desesperada, sollozando apodos caneros para saber cómo están los suyos.

Y la angustia me levantó de la cama. Antes de las 10 ya estaba afuera de la cárcel. El acontecimiento me golpeaba dentro, me era cercano. Y desde muchas cuadras antes pude ver el ajetreo de personas corriendo y transitando erráticas por la calle Ureta Cox. Terror en sus rostros y sentimientos encontrados en mí: estoy trabajando, quiero reportear para escribir esta crónica, pero adentro está mi amigo “Cochambo” y un par de conocidos.

Busco cercanía en las caras, pero no logro contacto visual con nadie, mi cámara me vuelve un paria, un buitre cazando dolor ajeno y que de cierta forma es el mío. El sonido es una especie de lamento que se corta por sollozos y gritos que se enmudecen cuando encuentran apoyo en algún hombro.

Cientos de celulares no son suficientes para saber con certeza qué pasa: “ochenta o noventa muertes”. “¡Se llevaron a uno que tenía una rosa tatuada en el pecho al hospital!” -grita alguien que logra comunicarse con los presos. “Los familiares de Manuel Figueroa quédense tranquilos, está en otro pabellón” -vociferan un montón de personas apiñadas-. “¡Que Piñera venga a dar la cara acá! ¡Que alguien, por la rechucha, nos diga algo!”, aclama un hombre a punto de llorar.

Pero nadie responde, porque nadie tiene claro lo que pasa allá adentro y dentro del bullicio sólo se distinguen nombres sueltos acompañados por los números de los pabellones. Imploran por información, pero no hay consuelo para las personas de segunda o de tercera clase. No sería lo mismo si se hubiera incendiado un recinto lleno de cuicos. Acá no hay esperanza, ni operativos de contención, ni chaquetas rojas del Gobierno tranquilizando al hijo del delincuente. Menos consuelo para la madre del traficante que se desvanece al medio de la calle y se arranca a girones el pelo.

Los presos –por entre los barrotes de las ventanas-, hacen esfuerzos para comunicarse. La gente apostada en las rejas que separan a la cárcel con el mundo exterior, grita y los reos responden moviendo poleras; banderas y toallas. Una mujer se sienta en la cuneta y llora aliviada al ver la toalla con la cara de Bob Marley: “Esa es de mi hijo”, se consuela. Probablemente nunca se imaginó que esa toalla algún desgraciado día iba a significar tanto.

La prensa se mueve tensa, los fotógrafos y camarógrafos caminan con cuidado, en grupo, y no por respeto: es miedo a perder los equipos, miedo a que el lumpen apostado se desborde. No es gente pidiendo ayuda, son personas exigiendo saber por los suyos, sí los suyos.

Por eso mejor escudarse en un gran zoom y mirar todo con la seguridad de la distancia. Es lo que también hago: escudarme en el lente hasta que un desconsolado flaite me grita que pare: “Pajarón culiao, te voy a quitar la cámara. Sácala pa’lla”, me advierte con su cara llena de pena.

Ha pasado más de una hora y nadie tiene claro la cantidad de muertos, ni por qué los bomberos no pudieron entrar a tiempo, tampoco si el incendio fue producto de un motín o por las condiciones miserables que soporta la gente adentro. Tal vez todas las anteriores. Falta de ayuda, falta de espacio, falta de condiciones dignas.

Hago el último intento con mi cámara y disparo justo cuando los flaites dejan ver sus lágrimas y sus caras desencajadas con la certeza de la muerte. Sus gorros estudiosamente colocados y la combinación zapatilla-polera-pitillo ya no tienen importancia. Ni el blinblín brilla con fuerza, y los celulares dejan de ser improvisados aparatos de música para darle prioridad a la urgencia de saber cómo están adentro, aunque la sensación es que ya está todo resuelto: o quemados o asfixiados, pero vivos difícil.

Los miro cómo sufren, veo por el lente cómo a un par de metros de donde estoy, el dolor se manifiesta y el poema de Lihn surge como explicando lo que me eriza por completo: “Nada tiene que ver el dolor con el dolor / nada tiene que ver la desesperación con la desesperación / Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas / No hay nombres en la zona muda.”

Repaso esas líneas en mi cabeza mientras veo a mujeres golpearse la cabeza contra los postes de luz y ancianos tratando de detener a los más jóvenes que aplacan la angustia de no saber nada, apedreando a las Fuerzas Especiales que están inmóviles y adiestradas para bloquear y pasar por alto la angustia ajena.

Miro lo que sería una muy buena foto y que nunca podré tomar: manos sosteniendo una biblia entre la multitud desesperada, al fondo los policías esperando la estampida y por encima de ellos, las huellas del fuego y el hollín de la tragedia que parece no logrará hacer compadecer ni siquiera a la dueña del quiosco cercano a la cárcel, que mira por la tele el sufrimiento de la gente que le compra agua. “Lo malo siempre trae algo bueno”, reflexiona en voz alta, mientras mira contenta la hielera vacía.

4 comentarios:

  1. Debido a lo acontecido esta mañana en la carcel de San Miguel, me permito corroborar que ningun tipo de presidencia (concertacion o derecha), logrará hacer de nuestro país un estado desarrollado y que sea reconocido a nivel mundial por sus progresos. No somos capaces de destinar lugares adecuados para nuestros estudiantes, para nuestras familias y para nuestros presos (que aunque sean delincuentes, tambien tienen el derecho a ser tratados como personas con sus derechos tal y cual como los tenemos nosotros). Creo que esto, debe invitarnos a reflexionar y repensar como es que queremos que sea nuestra sociedad chilena actual, que es lo que queremos lograr, y lo mas importante, como lo lograremos y a que precio.

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  2. que lata que tengan que pasar desgracias para que las autoridades se den cuenta de una vez por todas lo mal que estan haciendo su trabajo :/ y no saben ni siquiera dar una explicacion como la gente ....
    sea como sean son personas y merecen un lugar y una muerte digna ...

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  3. Una desolación, una pena desbordante por las falta de conciencia en los derechos humanos.- Aunque sean delincuentes o hayan cometido un error menor, lo único que no tienen es la libertad, pero todos sus otros derechos como personas deberían haber seguido intactos.
    A pesar que la temática de las fotografías sea lamentable están reflejando muy bien la dolorosa situación. Felicitaciones por esta nota en primera persona .

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  4. Sea primera, segunda o tercera persona en la que se haya escrito, la nota llega a conmover, impacta y nos debe hacer reaccionar de alguna forma. No es cómo esté escrito algo, si usa o no lugares comunes, no hay que ser tan siútico y fijarse en esas vanalidades... este texto por lo menos nos debe hacer pensar, y hoy en día, es ya es harto.

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