Avanzo horizontal y tranquilo por el fondo. Llego a los pies de una gran sombra que a contraluz parece un espigado y tranquilo gigante. Me acerco un poco más y en su base observo una maraña naranja de delgados tubos que la sostienen. De forma irregular, esta sombra crece hasta la superficie. Grandes hojas se recogen y estiran. A su lado hay otra y otra y muchas más. Así se va conformando un caleidoscopio submarino lleno de recovecos, cuevas y pasajes que cambian su luminosidad al ritmo de la corriente.
Decenas de especies de seres vivos se cobijan dentro de este bosque. Un cardumen de pequeños peces escapa de mi presencia camuflándose rápidamente; pequeños camarones y jaibas asoman por entre sus hojas; más allá vuela silenciosa una raya mientras las posturas de locos y los núcleos de choritos parecen observarla.
Emerjo con la sensación de haber visitado un jardín submarino repleto de vida. Recuerdo mis caminatas por el Parque Nacional La Campana y por sus bellos bosques nunca vi tanta vida como en estos treinta minutos sumergido en este pequeño micromundo.
Regreso tras un par de meses, me sumerjo y ya no está. La vida que tanto me impresionó por su variedad, color y belleza ha desaparecido. En su lugar quedan blancas piedras labradas por el agua. Han sido invadidas por formaciones alienígenas de erizos negros. El paisaje se vuelve árido y agreste hasta perderse en el azul.
Un 60% de los bosques submarinos del mundo están disminuyendo de superficie. Y Chile no es la excepción. Bucear en ellos es algo mágico, pero más importante es la función que cumplen desde antes que el hombre pisara la tierra. Protegen la línea de la costa y su biodiversidad; secuestran CO2; reciclan nutrientes y contaminantes; producen oxígeno y son la zona de puesta y cría de un incalculable número de peces. Más de 120 especies han sido asociadas a sus discos básales y dependen de estos bosques submarinos para su sobrevivencia y desarrollo.
Razones como los cambios en los ecosistemas derivados de la sobre pesca; el aumento de vertidos de nitrógeno, fósforo y materia orgánica; las construcciones de puertos, espigones y otras infraestructuras en el litoral; así como la pérdida de oxígeno de las aguas costeras y el calentamiento global, son factores que influyen, pero su daño es mínimo comparado al barreteo (sacarla desde su base con una barreta), operación que no les deja posibilidades para recuperarse. y práctica muy habitual en nuestras costas.
Chile es uno de los países latinoamericanos que más biomasa de alga genera para la industria de las algas marinas en el mundo, la que se enfoca en la producción de harina de algas, fertilizantes, cosméticos, combustibles y alimento, tanto para cultivos como para consumo humanos, especialmente en Asia. Por ejemplo en los helados se utiliza el alginato para inhibir la formación de grandes cristales de hielo y mantener una textura suave. También se utiliza en la producción de cremas, tintas de impresión textil y productos de odontología.
Sin embargo, es el cultivo del abalón japonés el se lleva la medalla de oro como la principal causa de su extracción, ya que requiere gran cantidad de algas para su alimentación.
Una pésima fiscalización y una impresionante falta de legislación al respecto, con cientos de millones de dólares al año transados sobre las miles de hectáreas barreteadas y penosamente mal pagadas a los extractores, es lo que nos está quedando de nuestros bosques submarinos, eliminando además toda la diversidad asociada.
Y como suele suceder, las instituciones gubernamentales que manejan información al respecto no se pronuncian.
Santiago no mira al mar, pero son muchos los chilenos que viven de él, y en esta relación económica se reproducen las mismas fallas estructurales que en otros sectores: pescadores agobiados que intentan resolver sus precarias condiciones de vida sufren el abuso de compañías extranjeras que adquieren materias primas a precios irrisorios, por medio de poderosos compradores nacionales. En muy pocos años nuestras costas submarinas serán solo desierto.
César Villarroel junto a Céline Cousteau en una de las tantas caletas del norte en donde se está talando en forma indiscriminada. |
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