domingo, 12 de septiembre de 2010

Juan Radrigán, dramaturgo: "Hoy las obras las blanquean, las despolitizan, las descafeínan"

Por Javier Díaz y Carlos Martínez.

Nos juntamos con quien debe ser uno de los referentes más importante de la dramaturgia  chilena de los últimos 30 años. Conversamos en un improvisado set que sólo tenía dos sillas de plástico y como telón de fondo el Teatro Novedades cerrado. Una imagen que de alguna forma ejemplifica lo que él ve como la costumbre de dejarlo fuera del FONDART.  Pero Radrigán con o sin apoyo para este año pretende montar a pulso una nueva obra. Aquí el creador de “Hechos Consumados” le da una vuelta a sus obras, al conflicto mapuche y a la falta de contenidos crítico e ideológico que sufre la escena teatral chilena.


Tú has señalado que “la sobrevivencia lleva al hombre a hacer cosas increíbles”, ¿qué cosas increíbles recuerdas de tu propia historia?
Cosas increíbles no muchas. Realicé varios oficios como mecánico, fundamentalmente como mecánico de telares. De la infancia no tengo muchos recuerdos porque empecé a trabajar a los 15 años.

A fines de los 70 escribiste el poemario “El día de los muros” y también tocaste la narrativa, ¿qué te lleva a elegir la dramaturgia?
Sí, antes del poemario hubo un período donde escribí cuentos pero mejor que no exista recuerdos sobre eso. Es que con los cuentos no iba a ninguna parte. Era rematadamente malo. Como de la nada opté por la dramaturgia, empecé a escribir teatro y me gustó. La primera obra se llama “Testimonio de las muertes de Sabina” (1979). Hay muchos autores que se pierden en los géneros, entonces uno se acomoda en lo que mejor puede hacer. Yo me siento muy cómodo escribiendo teatro.

Parte de tu escritura fue desarrollada durante la Dictadura ¿En qué estabas en esos años en los 80 a nivel personal y dramatúrgico, y qué relación tuviste con los dramaturgos de ese tiempo?
En ese tiempo se produjo la unión de todas las artes contra la Dictadura. Existía mucha conversación entre nosotros, cosa que desapareció con el tiempo. En esa época existía solidaridad entre los artistas.  Los problemas políticos estaban latentes, por supuesto, pero no molestaban demasiado. Algo se podía trabajar. Había un documento de la CNI que decía que no había que censurar el teatro, no perseguirle, sino oponérsele al proponer otro teatro. Obviamente no tenían alguien que les escribiera, porque los milicos aparte de limpiar cañones y matar gente no saben hacer ninguna cosa más. Mucha oposición no le hicieron porque pensaron que el teatro era elitista por el poco público; lo bueno es que ellos estaban muy equivocados. Era un bonito tiempo a pesar de lo que estaba pasando, había mucha creatividad y en las poblaciones se hacía harto teatro. Encuentros de teatro y la gente iba con cierto temor pero iba. Además en esa época no estaban brutalmente caras las entradas, no era prohibitivo, hoy es económicamente prohibitivo.

En el Festival de Teatro por la Paz de 1989, en Costa Rica, fuiste nombrado como uno de los gestores del cambio de la escena chilena. En relación con eso y considerando que tú has señalado no creer en la vía democrática y que has optado por no inscribirte  en el registro electoral, ¿qué postura tomas frente al nuevo rumbo político impulsado en el país después de la Dictadura?
Fue muy difícil, creo que no sólo para mí sino que para la mayoría, fue muy difícil reiniciarse. Ya no estaba la gente, habían escondido la cara. Se había perdido la dirección y lo que hacíamos nosotros también, entonces ¿de qué hablar? Era un tiempo en el que muchos nos sentíamos totalmente derrotados pero otros sentían que estaban muy bien, que habían triunfado. Entonces la gente decía que eso ya había pasado, que lo feroz de la dictadura ya no existía, por lo que no se podía seguir hablando de eso. Había que buscar otro rumbo, porque tampoco estaba muy conforme con lo que pasaba. Entonces de pronto encontré la leyenda (no sé si mucho leyenda) del mulato Taguada y Javier de la Rosa, que era un enfrentamiento de payadores en donde ganaba el que podríamos llamar pituco, Javier de la Rosa. Yo la re-escribí, la transformé, y ese duelo que ellos tuvieron no terminaba, seguía, seguía hasta hoy. Todas las noches de San Juan ellos volvían a enfrentarse. Con eso yo quería significar que todavía seguíamos, que no habíamos terminado. Y de ahí seguí escribiendo, ya con más dificultades económicas porque no te iban a ayudar.

La escena contemporánea se ha dividido en varias vertientes, a nivel de dramaturgia y montaje, que van desde el abundante uso didascalias, la dramaturgia del espacio, el teatro físico, el rompimiento de la “cuarta pared” para confrontar al público, y el espacio reducido, hasta inclusive la pérdida total de la estructura aristotélica o del conflicto dramático como algo claro.  ¿Cuál es tu visión de la dramaturgia nacional actual, entre los que se encuentra Luis Barrales?

Con Luis Barrales hemos trabajado juntos muchos años, como seis años. Yo hacía clases y él era ayudante. Yo creo que él es la figura más relevante hoy día entre los jóvenes. Ahora hay bastantes dramaturgos, pero no es posible conocer su trabajo, porque no hay espacios. Los lugares en donde se montan las obras no son salas de teatro, no están habilitados, son lugares apartados a los que no acuden críticos, entonces tampoco hay registro de eso. Pero hay un teatro bien pujante joven. La dramaturgia se puso bien joven, así como los directores, los actores; lo que me parece muy bien. Sin embargo, no están muy ligados al tema social. Se han apartado un poco de eso y han agarrado seguir modas, cosas que pasan rápidamente. Eso lo han hecho desde la Muestra de Dramaturgia Europea. Entonces empezaron a copiar y a escribir sin personajes, sin actores, sin estructura, sin nada. Son chorezas: es como para ser original, pero tú no puedes pretender ser original, tienes que serlo sencillamente. No puedes hacer cosas extrañas que parezcan originales. No me gusta, porque lo que permanece son las obras de siempre: “La muerte de un vendedor”, “Seis personajes en busca de un autor”, me refiero a la dramaturgia universal que aborda ciertos temas. Yo creo que ustedes se deben reír, deben pensar “Miren, el hueón, ¿qué creerá que es el teatro…?”. Yo creo que es una impotencia de decir algo y de cómo decirlo. Hay una crisis de contenido que es evidente hoy en día. Se busca en otros lados y se le da mucha preponderancia a la forma más que al contenido y el contenido para mí es lo que queda, si con la forma podemos hacer lo que queramos.

Dentro de las temáticas tuyas que tienen un trasfondo social, quiero destacar tres: el arribismo, la religión y la marginalidad. Partiendo por la primera, en la obra “Cuestión de ubicación” (1980) Cristian ( uno de los personajes) señala: “Claro, si las banderas son todas iguales, lo que cambian son las personas, o sea, el modo de usarlas” y en esa obra ellos casi no comían, eran consumistas, sólo se compraban cosas ¿a qué atribuyes este fenómeno chileno del doble estándar, de la proyección de una imagen social que no se posee, como sucede en esta familia del Emeterio y la Domitila?
Ese es arribismo puro, aspiracional. De hecho viene desde las telenovelas, en las que todos sueñan con ser lo que no son. Derechamente lo atribuyo a la imbecilidad. Ese era el tiempo en que el consumismo se desataba y escribimos la obra para eso, para mostrar el consumismo. ¿Recuerdas que daban facilidades para adquirir de todo?

En otra entrevista señalaste: “Lo que hay son marginados y no marginalidad” ¿Cuánta importancia tiene para ti el hecho de que siga aumentando lo marginal y los estereotipos actuales como “el flaite”?
Lo que pasa es que los marginados siguen siendo los mismos, los pobres. Yo creo que buscan alguna forma de destacar y se arman estos grupos que desaparecen rápidamente. Seguramente los flaites van a desaparecer y van a haber otros, hubo otros…Yo creo que eso temporal e imitativo. Se ve algo de afuera, de Estados Unidos fundamentalmente, se copia y después desaparece porque no nos compete, no nos representa, no hay una identidad profunda en eso.

Y lo marginal que todavía se esconde, que todavía se trata de limpiar.
Bueno, le llaman “gente en situación de calle”. A través del lenguaje se intenta hacerlos inexistentes, de borrarlos, pero siguen siendo los mismos y están en la misma situación. Y no creo que se haya mejorado mucho, el abismo entre la riqueza y la pobreza es impresionante.

“¿Sabe lo que le diría a Dios si lo encontrara por ahí? Le diría esta pura cuestioncita: Eh, compadre, no le haga a otro lo que no le gustaría que le hicieran a usted”. Este fragmento pertenece a Hechos Consumados ¿Cuál es para ti la influencia y el rol de la Iglesia en el país?
Yo creo que la Iglesia hizo, durante la Dictadura, apenas como el 5% de lo que debía hacer. Históricamente se ha dedicado a predicar resignación y paciencia a los pobres. Todos ellos,  través, por ejemplo, de los profetas, decían exactamente lo mismo: “ya vendrán los días mejores” y nunca llegan. Todos estos textos y personajes están como al servicio del poder, aplacar todo posible de foco de rebelión. Me gusta mucho la Biblia, creo que es un libro precioso y profundo pero que leo como libro, dejémoslo así, que no me vengan a hacer creer que lo que dice sucedió.

¿Cuál es tu visión sobre el conflicto mapuche y el futuro de las culturas indígenas?
Sigue siendo cada vez más terrible. Yo no creo que dejen de quitarles las tierras. Es muy rapaz el chileno. No se les da ninguna importancia a los pueblos indígenas, incluso el mapudungun no lo enseñan en ninguna parte, siendo ley, y ya ellos no lo están hablando. Todos tienen que venirse aquí a buscar posibilidades de trabajo. Entonces el futuro lo veo oscuro.

Como dramaturgo, ¿no te ha dado por tocar esa temática?
No, todavía no. Me va a dar sí, me va a dar lueguito. Yo creo que están muy desamparados, también porque tienen poco acceso a participar de esta cultura: no hay gente preparada o son muy pocos. Este es uno de los graves problemas de Chile y ahora menos va a tener promoción en este periodo de derechización. Hoy está pasando una cosa bien cabrona: los dueños (quienes tienen salas de teatro) o los que tienen algún puesto, no es que se hayan derechizado pero hoy  las obras  las blanquean, las despolitizan, las descafeínan. Cosa de no ofender ni de perder proyectos y eso es muy malo para el teatro, porque va a tener que afincarse otra vez sólo en el teatro independiente para poder decir cosas. El teatro nacional ya es una risa. Fui a ver “El inspector” y le quitaron todo lo político, le pusieron hasta una banda de música. Por eso tanta volá con “La pérgola de las flores”, con esas obras de entretención.

Para cerrar y aprovechando que estamos frente al Teatro Novedades ¿algún recuerdo memorable en este o en otro teatro?
En este teatro montamos una obra que se llamó “Islas del porfiado amor”, cuando recién estaban tratando de hacerlo funcionar. Este teatro es muy grande y trataron de equiparlo bien, trayendo buenas luces, equipos de sonido, de hacerlo cómodo, moderno. No resultó. Yo creo que tendrían que haber apelado al barrio, haber captado gente acá, haber empezado por ahí, pero se perdió definitivamente, ya no funciona y queda una gran sala. Cuando hicieron este  teatro había otra opción en el sector, que era el Teatro Carrera en la Alameda y optaron por éste. Creo que fue una decisión equivocada, debieron optar por el otro, mejor ubicado. Éste hubiese sido mejor para que la gente del barrio hiciera cosas, que es un barrio movido, enorme y pobre también. Entonces, si se hacen cosas en las que se cobran cinco lucas, obvio que no viene nadie.

¿Qué percepción has tenido al ver los montajes de tus obras?
Generalmente voy y soy crítico. Aunque ya es costumbre dejarme fuera del FONDART (que es la única instancia que hay), así que en cinco años seguidos no se ha montado alguna obra. Este año pienso montar como antes, a pulso.

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