Por Equipo Réplica.
El nuevo trabajo musical de Isabel Parra "Isabel canta a Violeta" es un disco doble compilatorio que comprende la suma no menor de veinticinco canciones de ella y de su madre, algunas inéditas y otras famosísimas. Isabel Parra nos cuenta de los recuerdos de su infancia y de cómo es el proceso de crear canciones. Hoy escribe una canción para Maradona, entre muchas otras.
Se ha hecho una enorme compilación de material en su último trabajo ¿Es la tarea más maratónica que ha emprendido en los últimos años?
Una de las más maratónicas sí. Y fue especial. De repente me encontré con esta idea que surgía de la vida misma, de ideas privadas. No son ideas que tengan que ver con el exterior o con una causa específica, son muchas reflexiones que surgen rápidamente. Y mucha emocionalidad con respecto a lo que yo ayudé a mi madre. Porque todavía tengo muchos recuerdos familiares, emocionales, sentimientos y algunas certezas. Aunque yo soy la primera en decir no hay que mirar para atrás, me paso mirando hacia atrás porque es inevitable. Primero porque he vivido mucho tiempo y además porque mientras uno se va volviendo vieja, va mirando más su pasado. El tiempo es inexorable y el trabajo también. Por eso quise armar este trabajo inspirado en Violeta y en mi vida misma.
Usted ha escrito más de 100 canciones desde sus inicios como cantautora, ¿cómo vienen esas ideas?
Vienen de repente. De hecho hace un rato le estaba haciendo una chacarera para Maradona. Imagínate, impensado. Pero la creación es así. A veces hay melodías que me persiguen. Hoy desperté con esa canción, me ha perseguido, fui al banco y me siguío persiguiendo, así es mi vida con la música. Por otro lado, en otros momentos, no hay música. Momentos de gestión cultural, de acelerar los procesos burocráticos, de organizar y producir, porque me he tenido que convertir en presidenta de una fundación, de la fundación Violeta Parra, en circunstancias que soy una pobre cantora popular.
¿Es muy ingrata la gestión?
Es que es nomás. No me puedo preguntar si me gusta o no me gusta. Es como o te metes en esto o vales callampa. Y, o lo resuelves bien, o te dedicas a otra cosa. Siempre me ha costado estar imaginando, proponiendo cosas, por supuesto, no es lo mío, lo mío es la música, pero tengo que salir adelante.
¿Y cuál es la recompensa en una carrera como la suya?
Lo que más me interesa es que cuando la gente escucha mis discos o se lo piratea, por último, lo hacen amorosamente, siempre a partir del cariño. Eso es mucho más rico. Lo otro, la gestión y los trámites, hay que hacerlo por la música chilena, por la cultura, por nuestro folclor, pero el contacto con la gente es lo más rico, lo que reconforta. Eso hace olvidar todo lo demás, los malos ratos, los problemas.
Pero hay un buen trabajo de gestión en esta compilación, por ejemplo.
Es que las canciones son lo mío. Yo he hecho más o menos 150 canciones, y para qué las voy a hacer si no las entrego. Ese es mi sino, mi suerte, lo que me tocó, el sino que tengo porque soy hija de la Violeta Parra, porque fue ella la que me parió y ella fue la que me dio las primeras herramientas. Entonces hay que trabajar en lo concreto, sacar esas canciones adelante, no sirve que me las guarde para mí.
¿Cuantos años tenía cuando cantó por primera vez?
Lo primero que me acuerdo es de un lugar del centro de Santiago, en donde yo tocaba como si fuera una actriz y una cantante consumada. “Aquí estoy yo y yo soy cantante” debo haber pensado, cantando canciones españolas. Supongo que mi mamá me decía que me aprendiera esa canción. No lo recuerdo. Pero incluso tengo una foto muy divertida. Es que lo hacía con una actitud tremenda y con suerte tenía cinco años. Una niña muy chica. Cuando miro esa foto, me da risa también, ¿cómo se puede ser tan patú’a desde tan chica? Y mi mamá me motivaba.
¿Cómo era la manera de su madre para motivarla?
Uy… no sé, dejándome ser, yo creo. Yo cantaba para la mamá de mi papá. Le hacía números, le bailaba, tenía una coreografía con una pollera de mucho ruedo que me hacía mi mamá y el final de la coreografía era que mi vestido quedaba abierto en el suelo y ahí venía el segundo marido de mi abuela y me pasaba una moneda. Después venían las fiestas en los colegios. Me acuerdo que cuando los profesores o los alumnos pensaban en alguien, siempre me llamaban a mí y así me convertía en una persona importante. Mi madre era como mi espectadora, iba a esas fiestas en los colegios sólo a mirarme a mí. Así también me motivaba.
Parece un mundo muy distinto…
Sí, todo era muy distinto. Eran escuelas públicas donde había mucha preocupación por la música, se celebraba la semana del niño y todos los días se conmemoraba algo. Yo lo pasaba muy bien en los colegios, me acuerdo que en los recreos andaba con un séquito de niñas que querían bailar conmigo. A lo mejor por eso mi madre me invitó a cantar estas canciones españolas más adelante, porque me veía con algo especial.
¿Y cómo se va profesionalizando ese don?
Eso pasó con el tiempo. Yo venía con esa mochila musical sin saberlo. Y de pronto llega un momento en que una empieza a tener sus propias ganas, sus propios criterios, se va desdibujando esta niña y aparece la artista, pero también de una manera natural. Porque nosotros no fuimos al conservatorio. El camino fue otro: el de hacer, el de subir al escenario, el de grabar, y viajar, metidos en un torbellino que no acabó nunca.
¿Violeta fue parte de ese torbellino?
Siempre. Nosotros con mi hermano teníamos una peña exitosa, y a mi mamá la invitábamos a la peña y ya teníamos un repertorio latinoamericano que a ella le gustaba mucho. Después fuimos a París. Estábamos en la cuna de la cultura latinoamericana. Esa fue nuestra fuente de conocimiento. De Santiago saltamos a la cuna de la cultura. Son momentos que no volverán tal vez. Era otra la esencia del ser humano. Aunque yo tengo fe, creo que la humanidad puede volver a esa manera de concebir el mundo, como en esa época cuando era tan fácil impregnarse de arte y de amor.
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