viernes, 1 de octubre de 2010

Historias de Mar en ocultos parajes acuáticos

Por César Villarroel.

Ayer Marcelo Agüero, espeleólogo y jefe chileno de la expedición francesa Centre terre, que descubrió no sólo huesos milenarios de ballenas a alturas insólitas, sino que pinturas rupestres en cavernas perdidas en el tiempo, me dijo -en una reunión de coordinación para bucear en el Archipielago Madre de Dios en el paralelo 45 con el kaweskar Juan Carlos Tonko-, que la exploración era un acto de buscar nuestro propio origen, de llegar más allá, tratando de encontrarnos. De qué otra forma uno se podría explicar dormir semanas con lluvias que sólo cesan para comenzar otra vez con más ganas.

Le encontré razón a Marcelo y me hizo recordar ahora un viaje en el último crucero de investigación al sur del ya extinto buque oceanográfico Vidal Gormaz. Mi misión era bucear para recolectar vida en los fiordos. Me acompañaba la mayoría del tiempo Javier Nareto, biólogo y camara sub, en zonas no definidas. Eran exploraciones entre los fiordos, zonas maravillosas, inéditas para los ojos humanos.

Recuerdo con claridad una de las tantas cosas que me ocurrieron. Estaba más allá de los 20 metros, sacando un par de fotos a una gran postura de nudibranqueos, en una cortada pared rocosa que se perdía en el verde fosforescente de ese fiordo ubicado en las cercanías del estrecho de Magallanes, cuando me apoyo en algo que inmediatamente me atrapó.

No alcance a reaccionar. Sus grandes tentáculos que succionaban mi máscara iban apretando mi cabeza. Tenía la respiración cortada y tuve que cerrar los ojos. Traté de sacarlo y en el intento casi me desprendí de mi regulador y máscara.

Busqué entonces, muy tranquilamente, mi cuchillo guardado en la cintura del chaleco, y suavemente pasando la mano entre mi cabeza y él, pude agarrarle todos los tentáculos de ese lado y separarlos brevemente de mi cara. En ese momento abrí los ojos, me puse alerta y corte en forma rápida y limpia su carne suave. No alcancé a sentir cuando se separó de mí dejándome envuelto en una tinta espesa y conchevino.

Después me alejé un poco, miré sus tentáculos en mi mano y sentí lastima. Me volví a acercar a la pared. Mi respiración comenzaba a ser normal otra vez. Luego avancé un poco y varios metros más allá me fijé que estaba aún observándome. Me acerqué de nuevo y pude ver sus ojos de fuego negro mirándome directo a mis ojos. La piel se me puso de gallina. Ascendí y al emerger el viento soplaba fuerte y la lluvia nieve no alcanzaba a derretirse en el borde mi máscara. Miré a la costa y mucho más lejos se veía el zodiac del ex buque oceanográfico de la Armada Vidal Gormaz, esperándome.

Un espeso bosque de macrosistys nos separaba, con sus partes aún apretadas en la mano, nadé.

¡Qué momentos! Tantos y tanto. Paolo Sanino, científico y director de Leviathan construyó con sus manos en el patio de su casa el ya mítico yate que por muchos años ha recorrido las aguas de la isla Chañaral estudiando los cetáceos.

Recuerdo su cara de emoción cuando sumergimos hace poco a SALU, su robot, “Made in Sanino” también, que graba los sonidos del mar durante la noche y/o el día, y que luego el software que el también desarrolló interpreta las frecuencias sólo para comenzar semanas de exploraración mirando ondas, aislando sonidos, escuchando conversaciones entre delfines.

En uno de los mail que nos enviamos me escribe: ”Las características de las vocalizaciones son tan diversas que podrían ser ballenas jorobadas. César, fue algo impresionante. Si hubieras estado aún en el agua tan sólo cinco minutos más, las habrías escuchado (o al menos sentido como una presión en el pecho). Las vocalizaciones se iniciaron cuando estábamos aún en el Zodiac”.

Hoy estamos afinando la organización de nuestra próxima expedición hacia regiones aún desconocidas de la Tierra, a paisajes aún no pisados; a nuevas posibilidades de ser, sin andar tras la meta ni el récord de ser los exploradores del Polo, los escaladores de las más altas cimas, los conquistadores de los más profundos océanos, los descubridores de las selvas y los desiertos. Sólo queremos con nostalgia recordar que la exploración siempre es un viaje que pretende abrir una senda que alguna vez será un camino para aquellos que quieran conocer a través de la investigación, nuestro planeta.


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