Por A.A.
Fotografía: Gobierno de Chile.
Fotografía: Gobierno de Chile.
Estos últimos días, y luego del rescate de los 33 mineros desde las profundidades a las que fueron enviados por el azar y la mala suerte -con la ayuda de un par de empresarios poco escrupulosos y de fiscalizaciones débiles-, he escuchado ya varias veces la misma cantinela: “Este gobierno sí que hace las cosas bien”, como si antes de Piñera y su gabinete de políticos-gerentes, en Chile nada funcionara, o peor, todo se hiciera con desidia y pobres resultados.
Pero el argumento facilista no es extraño a nuestra idiosincrasia. En Chile tenemos por costumbre olvidar y desconocer con mucha facilidad lo que no nos gusta o no nos parece, y nos dejamos encandilar por algún buen vende pomadas.
Si bien no se puede desconocer la labor que realizó el Gobierno en su conjunto, y no sólo Piñera, como él mismo se empeña en querer demostrar con su insólita hambre mediática; este triunfo -que lo es, porque en contra de todas las probabilidades, los mineros salieron sanos y salvos después de un encierro de casi 70 días- no es más que la consecuencia de lo que se “debía hacer”.
Aquí no hay milagros ni intervención divina -pese a que algunos ya han elevado el hecho a estas alturas-, sino el cumplimiento de una tarea, donde el Estado -aquel que tiene como fin último de su existencia el velar por el bien común- no hizo más que su trabajo al poner todos los recursos a su alcance en el cumplimiento de una meta: sacar a los mineros con vida.
Como me decía mi padre cuando era niño, nadie debería esperar felicitaciones por lo que se supone tiene la obligación de hacer bien. Aquí no caben las palmadas en la espalda ni los festejos grandilocuentes, pues el Gobierno sólo cumplió con “su” obligación. Sí, nadie le hizo un favor a los mineros al rescatarlos ni a sus familias al devolverlos con vida, sólo se hizo lo que se debía, ni más, ni menos.
La cobertura mediática -especialmente la de la televisión, con su búsqueda de la emoción forzada y la truculencia en pos del rating- nos ha nublado un tanto la visión, presentando a funcionarios de gobierno como superhéroes, sin los cuales nada de esto hubiese sido posible.
Al fin -y gracias a ésta tragedia- el Gobierno ha logrado instalar su discurso, y muchos ya lo repiten como mantra: “No importa lo que suceda, el Gobierno lo solucionará, porque sabe cómo hacer las cosas bien”.
Falso. En el mejor de los casos esta administración no ha sido, y probablemente no será, más eficiente que las que le han antecedido, pues como en los gobiernos de todo el mundo, se cometerán errores y habrá corrupción -real o imaginaria-, por la complejidad inherente que tiene el manejo del Estado y, al final del día, el éxito dependerá del cristal con que se mire.
Fácilmente nos olvidamos que en éste caso sólo se ha cosechado lo que se sembró en anteriores administraciones. Si el rescate funcionó, fue porque los técnicos e ingenieros de Codelco -la misma empresa estatal que es tan criticada por los neoliberales a ultranza por sus costos de operación y el poder de sus sindicatos- sabían a cabalidad lo que se debía hacer, porque durante los años de gobierno de la Concertación, siguieron capacitando y entrenando a sus trabajadores para proceder en estas situaciones.
También nos olvidamos que antes hubo “rescates” tan o más exitosos, aunque menos mediáticos. La implementación de la reforma a la salud, que con todas sus falencias le dio garantía a millones de chilenos que antes no las tenían; la de pensiones, quizás el mayor avance en esta materia en la historia de Chile; la recuperación del respeto a los Derechos Humanos y la reparación -aunque insuficiente- a las víctimas de la dictadura; y, probablemente la más importante, la mejora consistente en los niveles de vida de gran parte de la población del país a través del crecimiento económico.
Pero bueno, somos especialistas en esto de olvidar.
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