miércoles, 17 de noviembre de 2010

Los viejos tercios y la “Nueva Derecha”

Por A.A.

Sin decir agua va, el gobierno ha tratado de instalar en el centro de la política un cambio en el paradigma sobre lo que es y cómo se ve la “Nueva Derecha”.

La semana pasada, y viendo que poco a poco los beneficios del rescate de los mineros atrapados en San José se diluyen -superados por el balazo en los pies que terminó siendo para Piñera la elección en la ANFP-, el ministro Hinzpeter puso sobre la mesa el nuevo concepto, apelando a las diferencias que tendría el ADN del gobierno actual respecto de la derecha tradicional, al derribar ciertos mitos respecto de temas en que se mantendría el statu quo: como los impuestos, la familia y la propiedad -que de paso se repiten como salmos bíblicos en los círculos mas conservadores.

Hinzpeter habla de “molestar a los ricos y poderosos”, cuestión que no convence mucho a sus propios aliados. Si no, pregunten en la UDI. Pero, ¿se puede hablar de una Nueva Derecha? Sí y no. Por un lado, existe una nueva ala -más liberal, pero aún minoritaria- en partidos como Renovación Nacional; pero la fuerza de los más conservadores aún sigue siendo poderosa, lo que impide un verdadero cambio en los partidos de derecha.

Por otro lado, los "viejos tercios", aquellos que colaboraron evidente y activamente con la dictadura militar -y que el Presidente dijo durante su campaña no tendrían cargos en el gobierno- siguen presentes, y cada cierto tiempo obligan al gobierno a ponerse colorado y a salir a dar explicaciones, especialmente en el ámbito internacional, mucho menos benevolente que nosotros mismos sobre los alcances del Régimen Militar.

Este año, al menos hay tres casos que dan para destacar. La bochornosa salida del ex embajador en Argentina -probablemente la representación más importante para Chile en el Cono Sur- Miguel Otero, luego que dijera en una entrevista que “la mayoría de los chilenos no sintió la dictadura”. Feo. Especialmente en un país tan sensible como nuestros vecinos con el tema de las violaciones a los derechos humanos.

Otro episodio, aunque menos bullado, fue la fallida llegada de Octavio Errázuriz -de conocida tendencia pinochetista, y que durante la era del general alcanzó a ser tercer hombre de la Cancillería- a la embajada en Brasil, que si bien no alcanzó a ser un incendio, mostró la poca prolijidad del gobierno al nombrar sus representantes.

La última “pildorita” es más fresca. Los cuestionamientos que realizó el diputado de la Izquierda Unida Gaspar Llamazares a La Moncloa, por haber dado el beneplácito al nombramiento del ex senador Sergio Romero como representante de Chile en ese país, pese a su "implicación en el régimen dictatorial de Pinochet", lo que podría derivar en el peor de los casos en una nueva vergüenza internacional si el gobierno español le retira la autorización para ejercer como representante diplomático de Chile.

Ante esto, es difícil pensar que el actual gobierno pueda apostar a cambiar la percepción de la derecha si sigue manteniendo -ya sea por presión o convicción- a personajes ligados a la dictadura en cargos de confianza. Antes que buscar cambios cosméticos, debe empezar por la tarea más difícil de todas en política, desterrar a los conocidos viejos tercios.

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